También estoy en Berlín
por intereses muy concretos: el Institut Ramon Llull y la Conselleria
de Cultura balear han celebrado aquí una decena de días
de actos culturales. Así, conciertos musicales, conferencias,
mesas redondas, pases de películas, una muestra pictórica,
y en mi ramo lecturas de novelas en catalán traducidas al
alemán de G. Frontera, C. Riera, Q. Monzó, G. Janer
Manila, A. Vicens y un servidor, coordinadas por Pilar Arnau y con
la asistencia de Àlex Susanna. Y todo en lugares emblemáticos
como la Alte Kantine de la Kulturbrauerei, enorme y antigua fábrica
de cerveza donde prisioneros judíos tuvieron que trabajar
forzados, hoy convertida en multiespacio cultural alternativo, o
la venerable Literaturahaus, chalet y jardín decimonónicos
por donde han pasado los grandes escritores del siglo.
La pregunta se impone: ¿se ha conseguido
así hacer mella en la vasta y a menudo apasionante oferta
cultural berlinesa? Dicen que se trata de la primera de Europa.
Bien: no se ha logrado estar en primera línea, pero el eco
tampoco ha sido escaso. Un ejemplo: los actos han aparecido reiteradamente
en las agendas de toda la prensa de la capital. De ahí que
estudiantes de literatura, amantes del jazz o de la música
barroca, lectores anónimos, gente interesada por la realidad
de Baleares y Cataluña, haya frecuentado o llenado las salas.
Supongo que todo esto presagia un buen futuro al Institut Ramon
Llull, destinado a promocionar nuestra cultura en el exterior. Y
estos países del Norte, comenzando por Gran Bretaña
y Alemania, son para nosotros mejores que los del Sur: para ellos
representamos el Mediterráneo, una creatividad abierta, un
mundo que les fascina, mientras Francia nos conoce más pero
nos observa con hostilidad porque le molesta nuestra personalidad
independiente, mientras Italia por lo mismo prefiere quedarse en
puertas. ¿Los latinos heredaron de los romanos, de la Iglesia
católica, esta tendencia centralista y unidimensional? Sea
como fuere, o nuestra cultura se expande o sólo en España
se ahoga. La ahogan.
Curioso ha sido otro acto de Berlín,
a cargo de Vinyet Panyella: la presentación en facsímil
de un vocabulario catalán-alemán, impreso en Perpiñán
en 1502 por un tipógrafo tedesco que al poco de la invención
de la imprenta anduvo por Cataluña trabajando a granel. O
sea, que en la época dicha de nuestra decadencia la relación
internacional exigía este diccionario y el Rosellón
constituía una activa frontera. El libro es una joya y es
una oriflama: debemos seguirla.
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